Ahí viene otra vez. Se me acerca, me toca y un escalofrío, como una descarga eléctrica, recorre mi interior. Luego se aparta, se sienta y me mira. A veces sonríe, a veces llora, ríe, pone cara de bobo, de miedo… ¡Qué raro es este hombre! Se puede pasar horas enteras así, mirándome.
Hoy es domingo por la tarde. No está solo: invitó a sus amigos. Parece que hay fiesta porque tienen preparados unos refresquitos, roscas y unos manises. ¿Qué celebrarán?
Me miran, esta vez los tres, fijamente. Los oigo discutir, creo. Ahora uno de ellos, el más gordito, se levanta del sillón como si un resorte lo hubiera impulsado con fuerza hacia arriba. Da saltos de alegría. Sus dos amigos, en cambio, parecen furiosos. Se vuelven a relajar. Casi dos horas estuvieron así. Acabaron con los refrescos, manises, pasas y roscas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario